Editorial Invitado. J.Ferro

Honremos la memoria del padre Alfonso Borrero Cabal resaltando algunos aspectos que son una parte de su legado para todos aquellos que, de una u otra forma, estamos comprometidos con la educación superior y con la universidad.   Alfonso Borrero fue un maestro. De acuerdo con la tradición, maestro...

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Detalles Bibliográficos
Autor principal: Borrero Cabal, Alfonso
Formato: Artículo publishedVersion
Lenguaje:Español
Publicado: Universidad de Antioquia 2012
Acceso en línea:http://aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas/index.php/unip/article/view/11864
http://biblioteca.clacso.edu.ar/gsdl/cgi-bin/library.cgi?a=d&c=co/co-062&d=article11864oai
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description Honremos la memoria del padre Alfonso Borrero Cabal resaltando algunos aspectos que son una parte de su legado para todos aquellos que, de una u otra forma, estamos comprometidos con la educación superior y con la universidad.   Alfonso Borrero fue un maestro. De acuerdo con la tradición, maestro es el guía pleno, en palabras modernas, un líder total. Una persona íntegra que se entregó sin cortapisas a la formación integral, en el marco de una educación superior, en y para lo superior, como era su ideal y propósito clave. Pero valga comentar que esta educación, en y para lo superior, no la entendía exclusiva de la universidad, pues la desplegaba también, y sin dudarlo, a otros ámbitos educativos —niveles y modalidades formativas—, rutas por donde los estudiantes transitan en su proceso de formación.   Su apuesta en el concierto nacional, y allende las fronteras, por el devenir de la universidad, como objeto de estudio, y como fundamento para la formación excelsa de las inteligencias, marcó un hito en nuestra historia de la educación superior. En este proceso pedagógico y lúdico, congregaba periódicamente a un grupo heterogéneo de universitarios —profesores, funcionarios, directivos— que disponía sabiamente para un ejercicio de estudio y reflexión crítica y constructiva sobre la educación - la universitaria en particular - en una perspectiva amplia; examinándola a la vez de manera rigurosa y detallada desde diferentes ópticas complementarias: la filosófica e histórica; la socio-cultural y la jurídico-legal; la organizacional, de gestión y dirección; la visión estratégica y prospectiva; la mirada desde las funciones dinámicas —formación, investigación, extensión—; el tema de la responsabilidad social; la territorialidad y la internacionalización.   Alfonso Borrero contraponía, con lucidez y elegancia, la idea de una educación en y para lo superior con la de una educación en y para lo ordinario, lo corriente, lo cotidiano, lo espontáneo y familiar, como solía decir. Recalcaba que la educación, en y para lo superior, consistía no sólo en el buen aprendizaje y desarrollo de competencias científico-técnicas de la profesión o carrera, sino, mucho más, en el desarrollo de la persona como tal, en los valores. A mi juicio, buscaba conjugar la trilogía verdad, ética y estética, recurriendo a los clásicos para releerlos desde nuestra contemporaneidad.   En el Simposio Permanente Sobre la Universidad, como se llamó ese encuentro lúdico-informal-heterogéneo, de hondo impacto y valor formativo y transformativo, desarrollado mediante encuentros periódicos a lo largo de dos años, no se elaboraba un conocimiento acabado y definitivo sobre la educación y la universidad. Tampoco era un espacio en el cual algunos elegidos viajaban y se aprovechaban para su formación individual y utilidad particular. No era eso. Muy al contrario, en estos encuentros se sembraba en las mentes de los participantes -provenientes de diferentes instituciones públicas y privadas- inquietudes, problemas, deseos, anhelos para seguir estudiando, profundizando y, por supuesto, mejorando las prácticas educativas, organizacionales y de dirección. Con ese objetivo, el simposio se desdoblaba en otro simposio específico, dentro de cada institución educativa, en el que se difundía y propagaba recreativamente el espíritu del simposio nacional. En el contexto particular era donde realmente se alcanzaba la apropiación y síntesis comprensiva de los temas y problemas tratados en el encuentro nacional. Dicho de otra manera, el simposio funcionaba como una cadena isotópica, irradiando en el concierto nacional, y más allá, hasta llegar a las instituciones universitarias.   Hay que destacar igualmente, en el legado de Alfonso Borrero, el enfoque y método de trabajo que siguió y promovió para estudiar y comprender hechos socio-culturales tan complejos como la educación y la universidad. La metodología que logró transmitir fue la del trabajo interdisciplinario. Término muy grato para él, en sentido literal y conceptual.   Demostrando inusual maestría, hacía ver con nitidez las diferencias sustanciales entre los estudios disciplinares, bastante especializados y profundos, pero sin duda reduccionistas, y los enfoques multidisciplinares y pluridisciplinares, que juzgaba como yuxtaposición de disciplinas. Iba más lejos. De manera pedagógica, insistía en que se debía superar la yuxtaposición de disciplinas mediante la interdisciplinariedad, la que entendía como un aproximarse o acercarse, en procesos convergentes, a un objeto o fenómeno de estudio de tipo complejo.   Señalemos también que Alfonso Borrero, consciente de que aquellos encuentros nacionales y locales eran pretexto para estimular el espíritu de hacer educación y universidad con calidad, le dio a este ejercicio el carácter de permanente. Asumía, en ese sentido, que la universidad no es estática ni rígida, sino dinámica, flexible, adaptable; de ahí su permanencia en el tiempo, por lo que el simposio tenía que ser permanente. No obstante, permanente no se entendía como evento repetible indefinidamente, sino, más bien, como el estado de permanencia creativa en cada uno de nosotros y, por ende, en cada institución, con la condición de que se diera una decisión real por ser y por hacer educación superior con excelencia y responsabilidad social.   Podemos decir, en conclusión, que Borrero Cabal - en su larga vida de maestro de maestros - afianzó un legado trascendental: la universidad debe distinguirse por la reflexión crítica permanente sobre su ser y su hacer, la evaluación y autoevaluación responsables y continuas de sus actividades y propósitos; por el cuerpo de profesores altamente calificados en su área específica, con nivel de doctorado o  mínimo de magíster, pero con clara actitud y aptitud pedagógica;  por unos directivos y funcionarios competentes, que comprendan el asunto educativo y la universidad como institución y hecho socio-cultural; por unos programas académicos con pertinencia y proyección; por una infraestructura física, tecnológica y académica, así como por una organización adaptable a los retos y desafíos de la educación superior contemporánea. Una educación que no se reduzca a las competencias laborales y profesionales exclusivamente, sino que llegue hasta el ser de las personas y contextualice los conocimientos con alcance mundial.