La tristeza de las cosas

Era una calurosa y húmeda tarde de primavera en Kioto. Estábamos caminando, subiendo y bajando escaleras por un lugar que, hasta ese entonces, solamente habíamos visto en fotos. Recuerdo que durante unos minutos me quedé mirando las hojas de los árboles que podían verse desde el templo en el que...

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Detalles Bibliográficos
Autor principal: Peruglia, Ana Paula.
Otros Autores: Gutnisky, Gabriel Francisco
Formato: bachelorThesis
Lenguaje:Español
Publicado: 2018
Materias:
Acceso en línea:http://hdl.handle.net/11086/6517
Aporte de:
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description Era una calurosa y húmeda tarde de primavera en Kioto. Estábamos caminando, subiendo y bajando escaleras por un lugar que, hasta ese entonces, solamente habíamos visto en fotos. Recuerdo que durante unos minutos me quedé mirando las hojas de los árboles que podían verse desde el templo en el que estábamos e hice fuerza para intentar grabar en mi cabeza con la mayor fidelidad posible ese momento que estaba viviendo y que había sido uno de los que más había esperado durante toda mi vida (desde que tenía cuatro años me había interesado por Japón, y desde entonces, siempre fue mi sueño viajar a ese país). No quería solamente sacar fotos y además, hace un tiempo atrás, me dijeron que si uno se dedica a fotografiar todo el tiempo, después la memoria se vuelve “vaga” y ya no hace el trabajo de recordar. Saqué algunas fotos anecdóticas para enviar a mis familiares y amigos, pero yo sentía que no me bastaba con eso. Había algo en el ambiente que no se lograba capturar. No sabía si esa experiencia iba a volver a repetirse en algún otro momento y además, como todas las cosas buenas, parecía que estaba durando muy poco. Mi esfuerzo por grabar en mi memoria todos los detalles (visuales y no visuales), no estaba funcionando como esperaba (sabia realmente que no iba a poder recordarlo todo), y una sensación entre angustia y ansiedad empezaron a invadirme (si, justo en uno de los momentos que se suponía que tenía que ser de los más felices). Mi compañero se dio cuenta de lo que estaba pasando y me dijo como quién sabe qué decir en el momento exacto: “Pensá en esa palabra japonesa -¿aware era?- que habla de disfrutar lo finito de un momento. No estés triste”. Yo no me conformaba con sólo disfrutar el momento. Necesitaba realmente guardarlo. La palabra aware (o mono no aware) se define, entre otras cosas, como una sensación profunda que se genera en nuestro interior a partir de la apreciación de un momento breve, efímero y particular. Desde siempre, por algún motivo, viví obsesionada con registrar diferentes instantes o sensaciones muy puntuales que vivía. Intentaba guardar la escena tal cual se me aparecía: los olores, los colores, la temperatura, las personas que estaban conmigo, etcétera. Empecé anotando en un cuaderno los detalles, hasta los más mínimos, y cuando quería recordarlos, sabía que leyéndolos iba a (casi) volver a revivirlos (aunque sea en mi mente). Luego empecé a filmar esos momentos y a archivarlos. Me daba tranquilidad que por lo menos esos instantes no se habían borrado para siempre. Cuando aquel día en Kioto, me nombraron la palabra “aware” sentí como si de repente, esa acción de recordar/escribir/grabar/archivar, hubiera cobrado sentido. Yo había trabajado anteriormente en obras en donde utilizaba el video, pero no entendía claramente porqué lo hacía. Lo usaba de registro, ¿pero registro de qué? Aquellos momentos que necesitaba atesorar no eran momentos cualquiera. Eran sensaciones muy puntuales que había experimentado durante mi vida. No era un registro a modo de diario. Lo que yo quería archivar eran emociones, eran aware. Tampoco se trataba de emociones que tenían que ver conmigo. Eran sensaciones en general, reales, universales y necesitaba guardarlas. Cuando experimentaba un momento de aware, me desesperaba no poder conservarlo. Me negaba a dejarlo pasar. Antes de que aquel día me nombraran esa palabra, ya conocía un poco de su significado, pero hasta ese momento, nunca la había relacionado conmigo. Uno de los elementos que va casi de la mano del aware es el tiempo, ya que aquel concepto simboliza, de alguna manera, el paso de la vida como un ciclo, lo efímero. El tiempo es un factor que casi siempre parece estar jugándonos en contra. El tiempo pasa, no puede detenerse. Por eso, creo que por algún motivo, hay una necesidad, una especie de impulso que está en la base de los seres humanos, que es lo que nos hace querer guardar, recordar con detalle un determinado momento, imagen, acción, lo que sea, por el motivo que sea, que nos haya llamado la atención. La fotografía, el video, el dibujo, la escritura, entre otros, nos permiten registrar aquello que ya pasó, y que nunca volverá a repetirse de la misma manera. Pero el tiempo también tiene algo positivo. Si bien éste es lineal, por momentos parecería que se vuelve cíclico, recuperable, y si prestamos atención, la mayoría de las cosas que nos rodean se vuelve cíclico, recuperable, y si prestamos atención, la mayoría de las cosas que nos rodean se repiten, y no sólo la rutina, sino la vida en general. Verano, primavera, otoño, invierno y se repite ese orden. Mañana, tarde, noche y el día vuelve a empezar. Esta insistencia por la repetición es lo que de alguna manera tranquiliza a la sensación del “nunca más”. Se repite, pero de forma distinta. Y es una nueva oportunidad para entender lo que nos rodea, de guardar y regrabar, corregir y asimilar. Transmitir. Parecería que la vida insiste en hacernos vivir lo mismo una y otra vez, ¿acaso en esa persistencia está el aprendizaje? A partir del concepto aware y con el video como soporte para mi trabajo final, decidí utilizar mis obras como un registro de instantes, de fragmentos de la realidad, los cuales se reproducen y se repiten, uno detrás de otro. Son rápidos, duran segundos y terminan. Pero vuelven a empezar. No sé si voy a volver al templo de Kioto, pero puedo reproducir, y volver a reproducir aquel momento de aware. O tal vez vuelva al mismo lugar y se repita todo otra vez, incluso quizás sea otra vez primavera. Pero el templo que visitamos aquella tarde calurosa no será el mismo, y nosotros tampoco.