Politica exterior argentina: visiones y cursos de accion
Del análisis de la política exterior argentina a lo largo de este período de vida democrática surgen dos impresiones diferentes. La primera, para la cual el observador está más predispuesto, es que se trata de una política errática: cambi...
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Universidad de Belgrano Facultad de Estudios para Graduados
2012
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Del análisis de la política exterior argentina a lo largo de este período de vida democrática surgen dos
impresiones diferentes. La primera, para la cual el observador está más predispuesto, es que se trata de
una política errática: cambia sustancialmente con cada gobierno y carece de la orientación que sólo la
defensa de un conjunto de intereses de fondo, relativamente permanentes, puede ofrecer. La segunda, que
resulta de la observación detenida de los hechos, de la reflexión y de la necesidad de poner a un costado
los discursos y acciones más relacionados con intentos de asumir un perfil propio que con materializar
objetivos específicos, es que en realidad existen continuidades en una medida mayor que la esperada
y que es posible identificar un interés nacional que, en parte, se va definiendo y, en parte, provine de
nuestra historia, pero que, en uno u otro caso, se constituye en orientación de fondo de la política exterior.
Aunque resulta más fácil ilustrar el aspecto de la política exterior argentina de estos últimos 25 años
referido a los contrastes y la falta de rumbo, el que nos importa aquí es el de la existencia de continuidades,
el del desarrollo de una identidad en el marco internacional, acorde con los consensos y logros de
estos años de vida democrática.
Los elementos constitutivos del interés nacional se relacionan estrechamente con las necesidades de
un país en busca de consagrar su identidad democrática y que, al mismo tiempo, exhibe un amplio desfasaje
entre sus aspiraciones y potencialidades, por un lado, y sus escasos logros económicos, por otro.
La Argentina tiene graves dificultades para reconciliarse con su pasado y, por lo tanto, para enmarcar
las decisiones de Estado en algún tipo de tradición. Se trata de una democracia joven que no logra construir
su identidad y definir su espacio en el contexto internacional (Russell, 2003), un país con bajo nivel
de institucionalización del sistema político, donde cada cambio de administración ocurre en el marco de
una crisis aguda que afecta seriamente la legitimidad del gobierno saliente.
En la transición del gobierno de Carlos Menem a Fernando De la Rúa, un amplio sector de la ciudadanía
consideró que se trataba de “algo más” que de un cambio de gobierno. Lo mismo había ocurrido
durante la transición del gobierno de Raúl Alfonsín a Carlos Menem. Mayores fueron las expectativas de
cambio en el sistema político tras el traumático final del gobierno de Fernando De la Rúa. De un modo
u otro, cada administración entrante tuvo motivos para diferenciarse de la precedente. En cada caso, no
se trató sólo de plantear una nueva orientación para la política nacional, sino de una condena en bloque
de lo actuado por la administración anterior.
La repetición de esta forma de cambio de gobierno se vincula con la enorme dificultad para construir
un sistema político con legitimidad propia, basado en reglas y valores por todos respetados; un sistema
político considerado fundamental por la ciudadanía y por la dirigencia. A su vez, esa forma recurrente
de cambio de gobierno y la inexistencia de un sistema político con legitimidad propia se vinculan con la
aprobación ciudadana de la capacidad del Ejecutivo para un ejercicio firme, efectivo y, en alguna medida,
irrestricto del poder.
Un mínimo examen de las condiciones que han favorecido el éxito de las sociedades a lo largo de las
últimas décadas, tanto en materia de crecimiento económico sostenido como de políticas sociales eficaces
integralmente, coloca la calidad institucional y el respeto de las reglas básicas del sistema democrático
en un lugar muy elevado, de importancia decisiva. Las condiciones de éxito de la política exterior no son
diferentes y no parece razonable esperar una política exterior marcadamente superior a la calidad de las
instituciones en las que se asienta. Este factor ha tenido más peso en la determinación de discontinuidades
en la política exterior que la existencia de visiones enfrentadas del interés nacional y estrategias
contrapuestas para promoverlo. Tales visiones han tenido alguna incidencia, pero su peso ha sido relativo
y sus diferencias no han sido decisivas. Por el contrario, en ese marco de bajo nivel institucional, rupturas
y refundaciones periódicas de la política nacional, es posible identificar puntos en común, consensos y
continuidades en la política exterior. |