Limitación de la antropología filosófica

Resumen: Consideramos que la antropología filosófica, dentro de los límites que le señala su índole de saber puramente racional, es insuficiente para una comprensión integral del hombre y de la vida humana. Nos referimos aquí a una cuestión importante que concierne a la situación fáctica de nuest...

Descripción completa

Guardado en:
Detalles Bibliográficos
Autor principal: Estrada, José M. de
Formato: Artículo
Lenguaje:Español
Publicado: Pontificia Universidad Católica Argentina. Facultad de Filosofía y Letras 2022
Materias:
Acceso en línea:https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/13524
Aporte de:
Descripción
Sumario:Resumen: Consideramos que la antropología filosófica, dentro de los límites que le señala su índole de saber puramente racional, es insuficiente para una comprensión integral del hombre y de la vida humana. Nos referimos aquí a una cuestión importante que concierne a la situación fáctica de nuestra naturaleza, en donde puede palparse tal limitación de un saber exclusivamente filosófico acerca del hombre. Tomaremos, con tal motivo, como punto de partida una dramática expresión de San Pablo: "no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero" (Roma 7., 19). El contexto en que está inmersa esta conocida expresión es lo suficientemente claro como para aventar toda sospecha de determinismo y de subjetivismo. San Pablo cree en el libre albedrío del hombre; además lo que nos dice no es una mera manifestación de un estado de ánimo individual; por el contrario, se puede decir que todo el hombre habla por él. La experiencia más regular y cotidiana nos muestra esa situación en que, no obstante nuestra libertad, y en mayor o menor medida según los casos, nos encontramos de hecho. La antropología filosófica de nuestro tiempo ha insistido especialmente en la historicidad y mutabilidad del hombre, lo cual es sin duda importante y esclarecedor, pero ello no impide que pueda señalarse en el psiquismo humano un orden esencial en las facultades o potencias. El entendimiento, que conoce los fines y las motivaciones, la voluntad, que los quiere, y todo el ámbito de la afectividad, que siente, desea y padece, integran esa totalidad que es el ser humano, su esencia o naturaleza. El orden natural en el dinamismo de las facultades o potencias implica una prevalencia del entendimiento, que señala el fin o bien, sobre la voluntad, que impera, y la afectividad, que sigue a ésta. ¿Cómo, entonces, puede no hacerse el bien que se quiere, y hacerse el mal que no se quiere?