Esos lugares. Sobre La intimidad, de Roberto Videla (Buenos Aires, Mansalva, 2015)

“Esos lugares”, donde cada tanto pasa alguien que barre los restos del placer, desodoriza con lavanda o inunda de lavandina, donde cada dos por tres cae la cana o los clausuran por falta de higiene normal, donde se repiten “siempre” escenas de uno a otro (“a mí me va de todo”), donde la danza de cu...

Descripción completa

Guardado en:
Detalles Bibliográficos
Autor principal: Gasparri, Javier
Formato: review Reseña de Libro
Lenguaje:Español
Publicado: Programa Universitario de Diversidad Sexual 2021
Materias:
Acceso en línea:http://hdl.handle.net/2133/20500
http://hdl.handle.net/2133/20500
Aporte de:
Descripción
Sumario:“Esos lugares”, donde cada tanto pasa alguien que barre los restos del placer, desodoriza con lavanda o inunda de lavandina, donde cada dos por tres cae la cana o los clausuran por falta de higiene normal, donde se repiten “siempre” escenas de uno a otro (“a mí me va de todo”), donde la danza de cuerpos se mueve al compás de un “ballet demorado” cuya lógica de desencuentros suele ser la del “cuento de nunca acabar”, esos lugares, digo, son frecuentemente el sitio de una “fraternidad homosexual”, en los que la promesa del amor puede estar siempre a la vuelta de la esquina (o a la salida del sauna húmedo); “esos lugares –leemos- son para eso; son los pulmones verdes ciudadanos, ciudad-anos” (14). Por eso, la distancia media que señala el pronombre demostrativo (“esos lugares”, expresión que leemos en La intimidad en más de una ocasión) exige ser leída no como una distancia de no pertenencia, displicente y desdeñosa, sino como un gesto de radical extrañamiento, como aquello que nos sorprende y se nos revela precisamente de tanto estar ahí, como lo impropio de lo que es familiar, puesto que los cines y saunas son como “el hogar una noche de invierno, una cueva cálida, una panza, un regazo, algo donde uno se puede revolver y desperezar, acunado” (30). La protección de “útero”, sin embargo, no impide que la respiración sea intensa, agitada, y que esos lugares sean también “arena de plaza de toros”: el rodeo entonces comienza, y los cuerpos circulan y se alistan y se acercan “como los caranchos cerca del matadero, para ligar un pedazo de carroña” (28). Cada gesto, cada movimiento, es medido y calculado, sigiloso, así como cada señal del otro es descifrada con esmero y perspicacia; podríamos seguir con el umbral de animalización y decir: como la fiera depredadora ante su presa. Pero también podríamos llamarlo histeriqueo.